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La formación de las cordilleras. EI final del Mesozoico y el inicio del Paleógeno

A finales del Cretácico y principios del Paleógeno, la situación general había evolucionado con rapidez. El proceso de convergencia entre la Placa Ibérica y la Placa Europea había conducido al inicio de la colisión entre ambas placas. Unos 65 Ma atrás, la mayor parte de la Placa Ibérica, incluyendo Córcega y Cerdeña, que se encontraban en la zona que actualmente ocupan el Golfo de Valencia y el Golfo del León, estaba emergida y sometida a una intensa erosión. La antigua conexión entre el Océano de Tetis y el Golfo de Vizcaya, a lo largo de la zona pirenaica, había quedado interrumpida por la emersión del área oriental (figura 10).

Figura 10: Restitución de la Placa Ibérica hace 65 Ma, a finales del Cretácico y principios del Paleógeno

Figura 10: Restitución de la Placa Ibérica hace 65 Ma, a finales del Cretácico y principios del Paleógeno

Una gran parte de aquellas zonas recientemente emergidas eran tierras bajas y, cerca del borde septentrional de Iberia, estaban recubiertas de vastas llanuras aluviales por las cuales discurrían ríos trenzados que transportaban los sedimentos clásticos procedentes de la erosión del interior de la Placa Ibérica. En aquellas tierras bajas también había humedales y lagos poco profundos donde se depositaban turbas y carbonatos; por aquellas zonas pantanosas deambularon algunos de los últimos dinosaurios que poblaron la Tierra. El conjunto de estos sedimentos se denomina facies garumnienses y en ellas se sitúa el límite entre el Mesozoico y el Cenozoico, marcado por la extinción del 75 % de las especies terrestres y marinas.

Durante el Paleoceno, las condiciones ambientales fueron muy similares a las del fin del Cretácico, con un predominio de la sedimentación continental, aluvial o lacustre. 55 Ma atrás, a principios del Eoceno, el mar empezó a invadir las tierras bajas. En el área pirenaica, el apilamiento tectónico progresivo de materiales del zócalo y de las antiguas cuencas sedimentarias, que se producía por efecto de la colisión entre las placas Ibérica y Europea, significaba una carga enorme sobre sus bordes. El incremento continuado de carga había provocado que la litosfera de las zonas contiguas a la cadena de montañas en formación inflexionara en dirección a aquella. A consecuencia de ello, se generaron, a ambos lados de la cadena de montañas y paralelamente a ella, unas áreas topográficamente deprimidas, las denominadas cuencas de antepaís, las cuales serían inmediatamente invadidas por el mar. Buena parte del área pirenaica, del Macizo del Ebro y de la actual Cadena Costera se vieron convertidas en plataformas marinas de poca profundidad donde se depositaban sedimentos predominantemente carbonatados. Los foraminíferos característicos de esta época son las alveolinas, los caparazones de las cuales se acumulaban formando bajíos y barras litorales por la acción del oleaje y las mareas. En las desembocaduras de los cursos fluviales que drenaban las áreas emergidas, se formaban aparatos deltaicos, los cuales eran también, en mayor o menor grado, retrabajados por las mareas.

Como consecuencia del proceso de colisión entre la Placa Ibérica y la Placa Europea se generaron, en el área pirenaica, sistemas de pliegues y mantos de corrimiento que invirtieron y exhumaron las antiguas cuencas sedimentarias, las cuales fueran desplazadas tectónicamente hacia el sur en la vertiente ibérica. EI proceso de colisión entre la Placa Ibérica y la Placa Europea culminaría hacia finales del Eoceno y principios del Oligoceno, hace aproximadamente entre 35 y 30 Ma.

Paralelamente a la formación de los Pirineos, a lo largo del Eoceno y el Oligoceno, la deformación que tenía lugar en el borde de la Placa Ibérica se transmitió hacia su interior, de forma que determinadas áreas de intraplaca, que previamente se habían visto sometidas a extensión durante el Triásico, el Jurásico y el Cretácico inferior, ahora eran deformadas en un contexto compresivo. Esto dio lugar a la formación de la Cordillera Ibérica y la Cadena Costera Catalana. Concretamente, en esta última zona, la deformación se tradujo en la formación de fallas inversas, cabalgamientos y sistemas de fallas de desplazamiento horizontal siniestro, oblicuas a la dirección de máximo acortamiento de la zona pirenaica.

El resultado de todos estos acontecimientos fue que el área comprendida entre los Pirineos, la Cordillera Ibérica y la Cadena Costera Catalana, el antiguo Macizo del Ebro, desapareció como área emergida suministradora de sedimentos, y pasó a ser el zócalo de la cuenca de antepaís generada al sur del área pirenaica, la Cuenca del Ebro, receptora de los sedimentos procedentes de la erosión de los relieves que se iban formando y que empezaban a emerger tanto al norte como en sus límites sureste y suroeste.